No sentir, no vivir…
No se de qué maestro espiritual o de que tradición religiosa aprendimos (en occidente especialmente) a evitar y renegar de algunas emociones que hemos llamado “emociones negativas”. Hemos hecho todo un culto a la tarea de lograr la armonía o alcanzar la “iluminación” en el ejercicio de no sentir miedo, no tener rabia o no sucumbir ante la tristeza. ¿Quién dijo que para el ser humano era posible o deseable llegar a un nirvana de asepsia emocional?
¿Acaso no hay miedo en las palabras de Jesucristo ante la inminencia de su muerte?
¿Acaso no hay dolor e indignación en las protestas silenciosas de Gandhi?
¿Acaso no hay rabia en los ojos de Jesús al expulsar a los mercaderes del templo?
¿Acaso no hay tristeza profunda en el alma del Dalai Lama cuando pide paz y justicia en el planeta?
Calificar a estas emociones como negativas, no es más que un juicio que nos cierra posibilidades. Cuando insistimos en que “frente al mal tiempo, buena cara”, o que “llorar es de mujercitas”, o que sentir miedo es cobardía… no estamos haciendo otra cosa que intentar mirar para otro lado y evitar hacernos cargo de aquellas cosas que nos importan. Cuando creemos que un “ommmm” y 3 respiraciones profundas logran hacer que no sienta rabia frente a aquel que está violentando mis derechos, o que cerrar los ojos y repetir un mantra o una oración cristiana evita el dolor de mi alma por el amor perdido… sinceramente creo que estamos caminando peligrosamente hacia la posibilidad de no sentir nada.
Las emociones son básicamente la manifestación de que hay algo que me “afecta”, algo que me “importa”. Vivimos en una gama infinita de emociones que nos permiten no sólo saber que estamos vivos, sino generar y construír aquello que queremos. En la pasión por ejemplo, tan necesaria para emprender proyectos, empresas, parejas y familias, hay algo de rabia. No es posible sentir pasión sin un poco de rabia o de inconformidad por algo que pienso puede ser mejor. En la pasión se conjugan ciertamente emociones muy “positivas” como la esperanza, la alegría, el entusiasmo… y también algunas emociones que algunos pueden llamar “negativas”, como por ejemplo el miedo a quedarme estancado, la ambición por alcanzar nuevas metas, la rabia por aquello que no me gusta…
No hay evolución sin dolor. No hay alegría sin tristeza. De hecho en el amor hay algo de miedo (a perder lo que he conquistado), en la ternura hay algo de dolor (que me hace muy sensible a lo delicado, a lo sutil), en el erotismo hay algo de codicia (de poseer, de obtener, de trascender), en la compasión hay algo de tristeza (por el reconocimiento de lo que no somos… aún).
Y al final, creer que una emoción pueda ser negativa, no es más que un juicio que hemos aprendido y que definitivamente podemos “desaprender”. Si re-pensamos acerca de la tristeza, la rabia, el miedo, la codicia, para dar unos pocos ejemplos, y podemos imaginar que sentirlas nos permite conectarnos con aquello que nos importa, con aquello que nos amenaza, con aquello que nos inquieta, con aquello que deseamos… tal vez lleguemos a la conclusión que es bueno saberlo y descubrir desde allí nuevas posibilidades de acción que se hacen cargo de aspectos centrales de nuestra vida.
Vivir es sentir. Estar vivo es sentirlo todo.
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