Madre, voy
volando a verte.
Me duele mucho
saber que estás sufriendo y que no hay nada que yo pueda hacer para aliviarte.
He escuchado tu voz cansada y tus sabias palabras de siempre. Fue muy lindo lo
que le dijiste a las niñas y la forma como has estado expresando tus
sentimientos para todos los que estamos cerca de ti. Tal y como siempre lo has
hecho, aunque en esta oportunidad con un inocultable dolor, como sintiendo el
peso de tu impermanencia y de tu vulnerabilidad.
Te vi leyendo tu
biblia y citando palabras que a todos nos dan consuelo y fuerza. Han llegado a
ti las oraciones de todos tus hermanos, hijos y nietos… recordándonos que
siempre estamos en manos de esa fuerza superior que llamamos Dios. Aunque realmente
no importa el nombre que le pongamos, las creencias que tengamos, o el tamaño
de nuestra fe… la presencia inevitable de la enfermedad, el dolor y de la
muerte, nos recuerda nuestra finitud humana. Esta es la realidad que sabemos y
que tememos. La realidad que evitamos a como de lugar y que negamos cuando la
tenemos frente a nosotros. Es como una amenaza silenciosa y traicionera que
pareciera estar escondida en cualquier rincón esperando a tomarnos
desprevenidos y atacarnos sin compasión.
¿Porqué? ¿Porque
tiene que ser de esta manera? ¿Porqué tememos y sufrimos el inevitable camino
de regreso a nuestro origen, cualquiera que este sea? ¿Porqué?
Hoy quiero
revelarme a ello, sintiendo mío tu dolor y haciendo propio tu temor. ¿Cómo
podríamos vivir todo estor en una forma diferente?
Hace ya un par de
semanas que ando trayendo una frase de John Roger que se me quedó pegada: “Una vez que has experimentado el viaje del
alma y otros niveles con mayor profundidad, la “muerte” adquiere otro
significado y ya no se ve como algo definitivo sino como un movimiento hacia lo
que sigue para ti”
Es como cuando
estamos a punto de terminar el colegio y tenemos la perspectiva de iniciar la
universidad… tenemos miedo de dejar lo conocido pero nos entusiasma el desafío
de ese nuevo camino que pronto vamos a empezar. La enfermedad y el dolor nos
anticipan ese momento temido y nos aterra empezar a experimentarlo, porque
sabemos que solo es cuestión de tiempo, para dar el paso, para despedirnos de
lo conocido y adentrarnos en el misterio profundo de la vida.
¿Cómo estar preparados para ello? ¿Cómo recibirlo con alegría? ¿Cómo celebrar nuestra humanidad cuando te veo empezar a irte, o cuando sé que también mis amores cercanos lo empezarán a hacer poco a poco y que en algún momento también yo lo haré?
Y cuando digo esto no creo que vayas a morir en esta oportunidad. Pido a Dios que no sea así y que nos permita estar un tiempo más juntos para aprender de esta inevitable realidad. Somos como una barquita sin timón, como tu lo decías en ese poema al que Tato le puso música: “….”
Lelu hace un par
de días tuvo una extraordinaria vivencia que aún no conozco en su detalle, pero
de la cual estas palabras y esta imagen forman parte. Tengo la certeza que algo
hermoso viene junto con todo esto, solo si nos permitimos verlo con los ojos
del amor, el desapego y el asombro.
Hay algo que tiene que ver con soltar, con “despertar” a una realidad mayor. Vivimos aferrados a nuestros afanes de cada día, a nuestros desafíos laborales, a nuestras necesidades cotidianas, a nuestros seres queridos. ¿Qué pasaría si anticipamos lo inevitable y empezamos a vivir de una manera diferente?
Amor, gentileza, compasión,
May I be happy, may I be safe, may I be healthy…
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