Me siento regresando de un lugar sin tiempo. En mi mente se
proyectan imágenes que parecen parte de una obra que sucede solo en la mente de
su creador.
Vida, muerte, encuentro, milagros, amor... todo sucedió tan
rápido y ha sido tan perfecto que es como si estuviera en primera fila,
observando cómo se crea una obra de arte.
No puede caber duda de la presencia del misterio, sin
importar si le ponemos algún nombre o si intentamos darle una explicación que
satisfaga nuestra mente escéptica.
Eso no importa en lo absoluto.
Lo cierto es que mi madre ha partido, en medio de un
concierto de amor infinito, en medio de una provocación amorosa que nos desafía
a trascendernos, a mirarnos a los ojos y simplemente a amarnos en nuestras
diferencias insignificantes y a unirnos en nuestras inmensas similitudes.
La profunda fe de mi madre, su compasión y tolerancia con
todas las miradas, su ausencia total de dogmatismo, su humildad espiritual a
toda prueba, su capacidad de ver la belleza en los opuestos, de abrir su mente
y su corazón a lo nuevo, a lo posible, permitió que tuviéramos una amistad
espiritual sin límites. Me permitió ser y divagar a su lado, y descubrir juntos
toda clase de convergencias en universos aparentemente disímiles.
Madre, fuiste un regalo para el deleite de mi buscador
escéptico y para todas mis vivencias espirituales en las cuales también siempre
te sentiste reflejada.ç
Tu legado es de integración, de encuentro y humildad. Tu legado es una invitación abierta a ser juntos en el amor que nos une, lejos de verdades absolutas y muy cerca de nuestra profunda humanidad que se refleja en los ojos dulces de ese Jesús que también me miró y que me invitó a creer en el único y verdadero mandamiento que trasciende todas las creencias: el amor.
Tu legado es de integración, de encuentro y humildad. Tu legado es una invitación abierta a ser juntos en el amor que nos une, lejos de verdades absolutas y muy cerca de nuestra profunda humanidad que se refleja en los ojos dulces de ese Jesús que también me miró y que me invitó a creer en el único y verdadero mandamiento que trasciende todas las creencias: el amor.