desde que daniel goleman legitimó social y profesionalmente
el tema de las emociones, como un asunto “serio” y que merecía ser considerado
como parte de la inteligencia humana, no he dejado de pensar que gran parte del
mérito fue precisamente haber acuñado una distinción hasta ese momento
completamente novedosa: “inteligencia emocional”.
en esa simple acepción se escondía todo un planteamiento de
síntesis virtuosa: las “emociones” por un lado, como un tema tradicionalmente
reservado a las mujeres (porque “los hombres no lloran”), y la “inteligencia” por el otro, que ha gozado
siempre de buena vitrina por el lado masculino. ¿qué hombre, gerente,
presidente o ejecutivo exitoso no ha querido siempre ser reconocido como una
persona inteligente? al poner las dos palabras juntas, goleman se apuntó un
extraordinario hit de marketing: había inventado una “marca”.
así pues la “inteligencia emocional” se convirtió en un
moderno caballo de troya que permitió hablar sin complejos de las emociones y
abrió el camino para incorporarlas como un aspecto fundamental dentro del
liderazgo, el trabajo en equipo y el desarrollo organizacional. nadie duda
acerca del bien que ha generado en las empresas y también en el desarrollo
personal, el hecho de entender y gestionar mejor las emociones y los estados de
ánimo.
algo parecido creo que puede suceder con el término
“inteligencia espiritual”, el cual vi publicado por primera vez en el año 2004
por stephen covey en su libro el octavo hábito. en este libro, covey plantea el
desarrollo de 4 inteligencias (o capacidades básicas): la inteligencia física
(if), que considera el cuerpo, su nutrición, actividad y cuidado; la
inteligencia mental (im), en cuanto al conocimiento, la autocognición y el
aprendizaje; la inteligencia emocional (ie), como las motivaciones, la empatía y
las habilidades sociales; y la inteligencia espiritual (ies), en la cual
considera asuntos como la integridad, el sentido y la “voz”. esta última es una
interesante provocación a descubrir y expresar esa voz interior, que en últimas
la define como la “voz del espíritu humano”, con su versión organizacional
entendida como el “alma de las organizaciones”.
hablar del espíritu humano y del alma de las organizaciones
es ya un avance extraordinario, que si bien covey se atreve a poner sobre la
mesa, a mi juicio no los desarrolla en profundidad.
otro antecedente significativo son los planteamientos de ken
wilber, quien llega a proponer la idea de una “espiritualidad integral”, que en
cierto sentido – dice wilber- “sería algo así como el último movimiento ecuménico.
sería una espiritualidad que aspirara a no dejar afuera nada esencial. sería
una espiritualidad que en principio pudiera ser reconocida e, incluso,
practicada por creyentes de todas las religiones del mundo sin abandonar su
propia esencialidad. estaría basada en lo que parece ser la universal capacidad
humana de aproximarse a lo divino. sería inclusiva y comprehensiva, contactando
con todas las bases de ese elusivo algo llamado "espiritualidad"[1].
por otro lado fredy kofman da algunos pasos tímidos en
cuanto al tema de la espiritualidad en las organizaciones, cuando lo plantea
como la búsqueda de sentido y el ejercicio de una gestión consciente: “hablar
de espiritualidad no es algo místico, no estoy hablando de un gurú de la india
o de las montañas del tibet. todos buscamos sentido a nuestra vida y el
principio que hace que busquemos incesantemente ese sentido es nuestro
espíritu.[2]”
¿de qué pretendemos hablar, entonces, cuando ponemos el
concepto “inteligencia espiritual” sobre la mesa?
al revisar desprevenidamente las primeras referencias que
aparecen en google, (como una curiosidad registro que al buscar “inteligencia
emocional” aparecen 787.000 resultados, v/s 32.000 que arroja para
“inteligencia espiritual”. en inglés son 1.530.000 para “emotional
intelligence” v/s 96.100 para “spiritual intelligence”) me encuentro con
definiciones como esta, del argentino horacio krell: “la inteligencia
espiritual relaciona el espíritu y la
materia, se ocupa de la trascendencia, de lo sagrado, de los comportamientos
virtuosos: perdón, gratitud,
humildad y compasión, de comprender que somos parte de un todo con el
cual necesitamos estar en
contacto[3]” o esta otra contenida en la
presentación de una página web mexicana que habla del bhagavad-gita: “inteligencia
espiritual, es conocimiento sin dogmas ni sentimentalismos. el objetivo es
incrementar el nivel de conciencia mediante el conocimiento y la práctica
espirituales”.
podría incluir muchas otras referencias interesantes al
respecto, pero más que abundar en definiciones teóricas, o pretender hacer un
planteamiento original sobre lo que para mi podría significar la inteligencia
espiritual, quiero simplemente reconocer que a lo largo de mis 57 años de vida,
he sido un incansable buscador de
“conexiones” entre mi cerebro razonador, crítico y analítico (herencia de mi
padre) y mi alma inquieta, sensible y necesitada de trascendencia (herencia de
mi madre). así que lo que busco recoger en estas páginas no es otra cosa que mi
propia experiencia, a través de una larga exploración que se inició desde muy
pequeño, pretendiendo sin saberlo, tener el permiso de mi inteligencia para
manifestar mi espiritualidad sin pudores.
en otras palabras, este es un recorrido por toda clase de
vericuetos intelectuales, experiencias y especulaciones, que buscan tender
puentes entre miradas aparentemente opuestas, para demostrar que es posible
tomarnos de la mano, cerrar nuestros ojos y conversar “en” un mismo dios que
vibra en nuestro corazón y que convoca el anhelo de “a-mor”[4] de nuestras
almas. desde las tradiciones espirituales milenarias de oriente, pasando por el
cristianismo y las religiones emergentes de occidente, hasta llegar a la física
cuántica, que como lo afirma amit goswami, es la “ciencia de la consciencia”, y
que para abordarla, es requisito “creer” previamente en la existencia de la
consciencia. en otras palabras, una ciencia que al igual que las tradiciones
espirituales implica “creer para ver” y no “ver para creer”.
así pues que mi intención no es llegar a ninguna conclusión
en particular, ni entregar al lector herramientas únicas para desarrollar su
inteligencia espiritual.
me mueve simplemente el hecho de compartir un camino, una
exploración, algún par de hallazgos y en el fondo postular que no existe
ninguna verdad absoluta que pueda ser reducida a nuestra comprensión limitada y
que solo podemos inclinarnos respetuosamente ante el profundo misterio del
universo y sus maravillosos secretos.
cualquier intento de nombrar lo divino y pretender que
existe una revelación cierta, por encima de cualquier otra, es a mi juicio un
reduccionismo tranquilizador que no honra el origen perfecto del mundo que
habitamos.
dios no existe. no puede existir más allá de la mente humana
que necesita desesperadamente resolver la incertidumbre de su existencia y
termina inventando dioses de múltiples formas, que se enraízan en la cultura y
en las creencias de cada época y de cada lugar.
sin embargo dios existe. tiene que existir. por que aunque
nadie lo haya visto, ni lo vaya a ver, está presente en cada partícula de un
universo perfecto, el cual habitamos por razones que sólo podemos intuir y del
cual nos hemos hecho conscientes en una espiral expansiva que no parece tener
fin. no hay duda que existe un orden más allá de todas las cosas, “algo” que
sostiene nuestra frágil existencia y nuestro imperiosa necesidad de sentido.
ese “algo” que está mas allá de nuestra comprensión y que se
oculta en el misterio, es la razón última de todas las cosas. es ese “algo” lo
que perseguimos desde que despertamos a la consciencia. es ese “algo” lo que
vislumbramos a través de nuestra búsqueda incesante; una búsqueda de lo que no
se puede encontrar y cuyo devenir es lo
que convengo en llamar inteligencia espiritual. un despertar torpe y
maravilloso hacia la verdad juguetona y coqueta que nos espera y nos contiene.
[1] artículo de ken wilber publicado en
http://www.kenwilber.com/blog/
[2] entrevista publicada en el portal del coaching.
www.portaldelcoaching.com.
[3] horacio krell, el director fundador de ilvem.
[4] a-mor, se refiere a la etimología de la palabra que en
su origen significa sin-muerte