Otro amanecer en medio de la deriva, la posibilidad, la incertidumbre, la soledad y la esperanza. Respirar, caminar, actuar, escribir, danzar, llorar, gritar, saltar, esconderse debajo de la cama, tomar una ducha fría, apretar los puños, golpear la mesa, correr, soñar, acurrucarse, cerrar los ojos, abrir los ojos, sentir, tocar, comer, beber, pensar, jugar, estirar el cuello, respirar, caminar, actuar, escribir. No hay escapatoria, donde quiera que estemos estará con nosotros. Es la emergencia de lo inevitable, son los estertores de un parto esperado, temido, soñado, buscado. Una contracción, un jadeo, una contracción, una imagen, una contracción, un exabrupto, una contracción... Gente...
Gente en el Metro, en Providencia, en los balcones, en las camas, en las salas, en las calles, en los árboles (¿en los árboles?). Gente común, gente como uno, gente, solo gente. Incluído un señor texano de caminar pausado y ganas lentas, sabios consejos, veladas intuiciones, ojos tristes y sueños imposibles. Lo grande, lo chico, lo espectacular, lo cotidiano. Los cercanos, los lejanos. La familias, los amigos, los amantes. Lo que importa, lo que no importa. El perro que sonríe, la mujer que llora. Tu dolor, tu vacío. Mi dolor, mi angustia. Tu alegría, tu plenitud. Mi alegría, mi pasión. No importa si lo logramos, importa que caminemos. No importa si llegamos, importa que sintamos.
Es maravilloso que existas, que existamos, que estemos vivos, que respiremos, que comamos, que bebamos, que hagamos pipí y otras cosas, que nuestra piel se erize y nuestro sexo amanezca ansioso, que los pensamientos se crucen atropellados, que las emociones surjan incontroladas, que me siente con la frente en la ventana mientras la nana del vecino pasa frente a mi puerta y yo me pregunto si tendré nana el mes entrante. Estoy contigo, estoy conmigo. Estamos juntos aunque no lo sepamos. El mundo vibra en frecuencias equívocas y al mismo tiempo claramente inequívocas.